La primera vez que vi a Marta, andando por los pasillos de la universidad, cargada de dibujos planos y pinceles, pensé que me gustaba su estilo y su aurea. Ese mismo brillo se lo ven los clientes cuando trabajan con ella. Apasionada del trabajo, perfeccionista del espacio que habla de la calidad, del bien vivir y lo bien hecho.

Pasó gran parte de su infancia viajando y viviendo en diferentes partes del mundo. Viene de una familia en la que se respira aire militar pero combinado con el espíritu relajado de músicos, arquitectos e interioristas. El mundo artístico lo lleva en la sangre.

Hizo los exámenes de ingresos para Bellas Artes y Arquitectura de Interiores. Y finalmente se decantó por el interiorismo. “Aunque no descarto, en cuanto pueda, hacer la carrera de Bellas Artes”. El orden y simetría se adueñan de sus proyectos y espacios y son, para ella, ingredientes fundamentales.

Ver a Cristina trabajar es ver un torbellino, un espíritu creativo en acción. No le tiene miedo a nada. Siempre le pone la guinda a cada uno de nuestros proyectos. Siempre buscando ese detalle que lo hace único y original. Siempre con una meta en mente, que el resultado evoque emoción.

Desde pequeña fue muy visual e imaginativa, pasaba horas organizando las casas a sus muñecas.

Tras realizar un máster en la Universidad de Boston con 24 años, volvió a Madrid con la idea clara de formar su propio estudio. Con familia de empresarios, no imaginaba su vida de otra manera. “Miro hacia atrás y me veo muy joven e inexperta, pero no cambiaría ese camino por nada”. Cazadora de antigüedades y objetos con alma, tiene ese ojo que le permite saber lo que vale y lo que no.